Basta de confiar mis relatos a mi vil memoria, de ahora en adelante se los confiaré a ustedes (porque alguien me está leyendo, ¿no?).

sábado, 8 de octubre de 2011

La personalidad robada

En el agitado San Florencio,pueblo que palpitaba al ritmo del reloj de la Gran Campana y alborotaba a los habitantes incitándolos a seguir su tempo, un hombre recorría las calles a zancadas acompasadas. La común afluencia de personas en las sendas peatonales observó indiscretamente cómo el hombre se abría paso entre la multitud. Le fue difícil atravesar la espesa muchedumbre y superar la velocidad del golpeteo de los segundos en el reloj, pero una fuerza desconocida lo ayudó en la empresa, permitiéndole correr velozmente. Llegó al porche de su casa, haciendo crepitar la madera bajo sus zapatos, y tocó frenéticamente la puerta.

  -     ¡Herminia! ¡Rápido, ábreme!- La desesperación era ostensible en sus gritos-¡Herminia!

Sus golpes frenaron repentinamente cuando su esposa abrió la puerta. La mujer se detuvo un momento tratando de descifrar la expresión de impaciencia en el húmedo rostro de su esposo. Él la apartó con desinteresada gentileza y cerró la puerta, asegurándose de que no quedara el más mínimo resquicio.

El doctor, quien había adquirido la costumbre de visitar a Herminia todas las tardes, estaba sentado cómodamente en un mueble. Su rostro adusto lo escudriñaba con curiosidad desde la esquina.

  -     ¿Por qué tanta prisa, Gael?- inquirió ella al haber tenido una mejor oportunidad de analizar el estado de desesperación de su esposo.
  -     ¡La he robado! ¡La he robado!- gritó y ocultó su cara entre sus manos a la vez que descargaba su peso sobre una silla. Gael, en esta posición, no pudo darse cuenta de la expresión de alivio que surcó el semblante de Herminia, quien pensaba que él la reprendería por su afinidad con el doctor.
  -     ¿Qué has robado?- se arrodilló a su lado.
  -     La personalidad de Salazar, la he robado.

Por un momento, la habitación se sumergió en un silencio sólo interrumpido por el brusco movimiento de las manecillas a la distancia. Hasta que Herminia se levantó del suelo y, con pasos trémulos se alejó de Gael.

  -     ¿Cómo no pensaste en el problema que nos causarías?- Lo reprendió-. Debiste haber robado su fortuna, es mucho más sencillo y no suscita repercusión alguna.
  -     Lo pensé en el camino, pero ya es demasiado tarde para devolverla. Ya debieron percatarse de su ausencia y tienen que estar buscándola- levantó la cara de entre sus manos para mirar con ojos angustiados a la mujer.
  -     No lo entiendo- sacudió bruscamente la cabeza-. ¿Por qué lo hiciste, Gael? ¿Por amor? Yo también te amo y no me ves robando las personalidades de las mujeres del pueblo.
  -     No hubiera sido necesario. Ustedes las mujeres comparten la misma personalidad, lo único que varía es su fisionomía y una que otra receta de cocina- esbozó una sonrisa inapropiada para su situación-. Además, el amor en la mujer es algo muy sencillo, ustedes aman con el corazón, nosotros con la mente y, por supuesto, los ojos, si es que amamos del todo.
  -     ¿Está diciendo que se apropió de esta personalidad por amor?- preguntó el doctor, que hasta entonces se había mantenido callado.
  -     En lo absoluto. El amor es algo peligrosísimo hoy en día. Arriesga la vida de uno y no le ofrece prestigio a cambio. Prestigio. El prestigio de Harold Salazar es la razón por la cual me he apropiado de su personalidad- se levantó de la silla y caminó hacia la ventana. A través de los visillos, se cercioró de que no había fisgones en la cercanía-. Ahora ayúdenme a esconderla, no querrán que la gente se entere de que están conversando con un ladrón.

Se agachó y desató los cordones del zapato, sacando la personalidad a la vista de los otros.

  -     Gael, no fue usted muy astuto al esconder la personalidad en su zapato- el doctor lo recriminó.
  -     ¿Por qué lo dice, doctor?
  -     No ha llegado con velocidad descomunal de la casa de los Salazar hasta aquí por casualidad. Ha corrido a velocidad de Harold. Si vuelve a esconderla ahí no tardará mucho en recorrer sus caminos, tantos los buenos como los malos.

Gael la sostuvo entre sus manos, dudoso.

  -     Escondámosla en tu sombrero- aconsejó la esposa, arrebatándole la personalidad de la mano e introduciéndola en el sombrero.
  -     Menos sabio todavía, Herminia- agregó el doctor, quien jugaba ausentemente con una pipa en su regazo-. Jamás volverá a pensar por sí mismo. Sus pensamientos serán los de Salazar. Su personalidad pasará a ser su identidad.
  -     Me temo que tendrás que tragártela- volvió a aconsejarle.
  -     Sólo si quiere que todas las palabras que articule sean las de Salazar -dijo con tranquilidad el doctor.

Ambos, Gael y Herminia, se miraron desesperanzadamente al percatarse de que no existía lugar adecuado para esconderla. Ella la metió dudosamente al chaleco de Gael.

  -     ¿Y aquí doctor? No hay influencia suficientemente poderosa como para adueñarse de un buen corazón.
  -     De un buen corazón, quizás, pero el de Gael sucumbiría ante la fuerza de la personalidad de Salazar. Dejaría de amar lo que alguna vez amó. A usted, Herminia, la cambiaría por la señora Salazar, y a sus hijos por los de él.
   -     ¿Cómo es que sabe todo eso?- Gael preguntó sorprendido por el conocimiento del hombre sentado en la esquina.
  -     No siempre fui el doctor prestigioso que soy ahora- admitió entre risillas.
  -     ¿No hay más lugares donde pueda esconderla?- La angustia le retornó al rostro.
  -     Me temo que no. Sería cortés de mi parte lamentarlo, pero eso está fuera de mí. Afronte las consecuencias de su decisión, Gael.

Un golpeteo con ritmo diferente al de la Gran Campana resonó en la puerta frontal de la casa. El doctor se incorporó y encendió la pipa.

  -     No quiero que me impliquen en otro crimen más que en el mío. Nos vemos mañana a la misma hora, Herminia- besó su mano indiscretamente antes de marcharse-. Buenas tardes.

Los martillazos del reloj se tornaron más audibles cuando el doctor abrió la puerta, dejando al descubierto al hombre uniformado que la había tocado mientras agarraba a otro hombre de rasgos caucásicos con rudeza. El doctor asintió una vez al pasarle por al lado y desapareció en el tumulto de personas en la calle.

Gael, asustado y a falta de otro escondite, introdujo la personalidad en su sombrero y se lo colocó en la cabeza. El oficial y el hombre entraron a la casa.

  -     Señor Salazar- le dijo a Gael-, este hombre ha pretendido ser usted todo este tiempo.

Herminia miró escandalizada el indiferente rostro del que solía ser su esposo, negándose a creer que la personalidad ya le había hecho efecto.

  -     Gracias, oficial- se le acercó y miró despectivamente al hombre esposado a su lado-. Déjelo libre, ya tiene mucho de qué lamentarse.

El hombre rubicundo, paralizado e inmerso en un mutismo de confusión, no fue capaz de protestar cuando el oficial le quitó las esposas y lo dejó en aquella casa desconocida. Observó, ofuscado, cómo el hombre a quien llamaban por su nombre se marchaba. El que alguna vez fue Salazar y la que alguna vez fue la esposa de Gael lo miraron caminar fuera de la casa, con el semblante indiferente que muestran los ignorantes.

  -     ¿Están mi mujer y mis niños muy preocupados?- preguntó mientras caminaban por las calles.
  -     Sí, señor. Lo han buscado toda la tarde.

2 comentarios:

  1. Este cuento lo leí minutos después de que lo subiste, no se, es ¿Cuento perfecto?.

    Es tan depurado, tan completo, tan pensado, tan profundo, psicológico, que no he podido dejarte comentario sobre el. No es que sea crítico ni me interese, pero esto no se ve a diario. Yo conozco todos los cuentos de Bosch, casi todos los del maestro Quiroga, muchísimos de Borges, de Maupassant, de Poe, etc. y estoy viendo un estilo que, guardando distancia, apunta al cuento puro, no al relato.

    De verdad que impresiona.

    ¿Estará naciendo una gran cuentista dominicana? Es probable, si logras un conjunto de cuentos como este, no me queda dudas.

    Un placer leerte.

    Gracias.

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  2. Me alegra sobremanera poder entretener a un excelente escritor. Es, hasta ahora, el comentario más efusivo que he recibido acerca de uno de mis escritos, y que sea de un compatriota lo hace mucho más ameno. Muchas gracias. Espero poder seguir deleitándote, como lo has hecho tú conmigo.

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